Cuando tienes hijos, los viajes en pareja se reducen de manera inversamente proporcional al número de hijos que tengas. Y si vives en el extranjero, con el pariente más cercano a miles de kilómetros, ni te cuento. Así que, uno de los tantos alicientes de que los abuelos vengan de visita (aparte de esas maletas llenas de jamón y demás delicias patrias) es, para qué engañarnos, la posibilidad de hacer una escapada de amantes con el marido. Los abuelos se libran de nosotros unos días, los niños se dejan consentir, nosotros desconectamos y hacemos turismo, y todos contentos. Hace dos años estuvimos en el
Lago de Garda y el pasado, en la Bohemia Checa. Pasamos un día en
Praga, y los dos restantes en sendos pueblitos de la Chequia profunda, que, vaya usté a saber por qué, nunca he mostrado aquí. Ahora que lo pienso, quizás ha sido algo inconsciente y en realidad he esperado precisamente hasta hoy para lanzarle una indirecta al marido y que vaya preparando el fin de semana romántico de 2015.
Una, que se considera una mujer viajada y con poca capacidad de sorpresa a estas alturas, se quedó boquiabierta con este pueblecito de calles estrechas y rincones románticos, al que volvería sin dudarlo en cualquier momento (entre otras cosas porque está a 327 kms de mi casa). Situado en un meandro del río Moldova e inscrito en la lista de monumentos de la UNESCO desde 1992, alberga el segundo complejo palaciego más grande de la República Checa y uno de los teatros barrocos mejor conservados del mundo. Pero yo, como siempre, me quedo con los paseos sin rumbo por sus calles, de la mano del marido, como cuando éramos novios, sin niños protestones, ni horarios, ni prisas. Aunque confieso (esto que quede entre nosotros), que echarles les echamos de menos.
Con ustedes,
Český Krumlov:
El castillo, desde fuera y desde dentro
Las vistas desde arriba. En dos palabras...
Sus calles y plazas
Y la cervecita junto al río, en cualquier momento y en cualquier terraza
Nuestras recomendaciones, para comer:
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Krcma Marketa: es complicado de encontrar, pero merece la pena el esfuerzo. Hay que subir al castillo y en la parte de atrás de los jardines se encuentra este pintoresco restaurante, sin electricidad, donde la cocina se hace al fuego y se come a la luz de las velas. Es como teletransportarse a la edad media, y a precios populares checos, es decir, muy barato.
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Le Jardin: es el restaurante de un hotel, con un ambiente muy agradable, comida exquisita y muy buen servicio. Un sitio fino, vaya, muy recomendable para ir en pareja.