Múnich es una ciudad maravillosa, no me canso de decirlo, peeero tiene dos problemas: uno, que sólo comen cerdo y
Haribo, y dos, el dichoso tiempo. "Ya te lo dijimos", estaréis todos pensando, ¡¡¡lo sé!!!, pero no van por ahí los tiros. En invierno esto es más que llevadero, como ya dije
aquí,
aquí o
aquí (y seguro que en más sitios, a riesgo de ser pesada, porque el tiempo es un tema recurrente en este blog).
Aunque llevemos cuatro inviernos aquí, que se dice pronto, la nieve sigue siendo exótica y nos gusta, porque además es fotogénica. Así que no, del frío no me quejo. Me quejo de la lluvia, que cae en cantidades y frecuencias insospechadas. Llega abril, hay un par de días buenos, te emocionas, haces una especie de cambio de armario (porque tú y yo sabemos que aquí el armario nunca se llega a cambiar del todo, en realidad sólo cambias los jerseys de lana por el chubasquero, pero te ilusionas y tal)... Y zas, llega Mayo y te recuerda que estás en Alemania y que aquí nunca hay que bajar la guardia. Puede estar lloviendo días y días. Sin parar. Creo que este mes de mayo hubo un sábado de sol, ¡uno! Y aquí el Jefe decidió aprovechar para cortar el pseudo césped del jardín. Que con tanta lluvia parecía la selva. Y nos quedamos en casa, un día más. (Menos mal que entre semana sí salió el sol).