Continuamos con la crónica de nuestra mini luna de miel en el Lago di Garda. Fueron sólo dos días, tres si contamos el viaje en coche, pero desde luego, muy bien aprovechados. Tomen asiento, que vamos a visitar unos cuantos pueblos hoy...
Este pueblo me gustó mucho, mucho. En realidad es como todos los demás, no sé si fue la luz (empezaba a caer el sol), el
Aperol que nos tomamos (sí, eso debió tener algo que ver!), o que verdaderamente tiene un encanto especial, el caso es que lo recuerdo con cariño.
Sirmione es el pueblo más turístico, dicen, el que hay que ver sí o sí. Nosotros hicimos noche allí porque nos venía bien, tal y como habíamos planteado el viaje. Dormimos en un hotelito encantador a orillas del lago y debimos tener suerte, porque no había apenas gente y casi podríamos decir que teníamos el pueblo para nosotros solos.
Y yo volví
a madrugar. El tiempo esta vez no acompañó (estaba nublado), pero a pesar de lo que me costó levantarme, me volvió a encantar la experiencia... me carga las pilas esto de levantarme al amanecer, ¡lástima que me cueste tanto!, y creo que lo voy a incorporar en mis rutinas "viajeras" a partir de ahora. Me consta que más de uno y más de dos piensan que estoy mal de la cabeza, pero yo sé que ahí fuera hay gente que me entiende, ¿verdad?
El casco antiguo de Sirmione está en una pequeña península que se adentra en el lago. Y para entrar hay que atravesar el puente levadizo del castillo de Rocca Scaligera, visita altamente recomendable, como veréis a continuación.
Desde arriba del todo se ve perfectamente la península de la que hablaba más arriba: al norte, el lago, al sur, tierra firme. Un sitio privilegiado, ¿verdad?
Y para los amantes de las ruinas, Sirmione tiene su propia villa romana, "Las cuevas de Catulo", que por lo visto, ni son cuevas, ni son de Catulo, pero bien merecen una visita.
Entre Sirmione y Limone, el siguiente pueblo, hicimos noche en Verona. No nos pillaba precisamente de camino, pero ya que estábamos... Aunque mejor lo cuento otro día, que la patria de Julieta se merece su propia entrada.
Aquí el tiempo ya no era el del primer día, ni siquiera el del segundo, pero nos dio igual mojarnos. Limone, como su propio nombre indica, es el pueblo de donde viene el Limoncello. Y un sitio encantador y pintoresco, encajado entre paredes de piedra y el lago, y donde casualmente aprovechamos para aprovisionarnos de productos italianos (no seáis malpensados que precisamente Limoncello no compramos).
El viaje terminó en Riva del Garda. A estas alturas todos los pueblos nos parecían iguales, y por eso nos dejamos un par de ellos sin visitar: así tenemos excusa para volver, ¿quién se apunta?
Próxima parada: Verona.
Y
aquí, la primera parte del viaje.